—He aquí la ligereza del ánimo que tanto ansiamos. Mientras exhalamos, mantenemos las manos y la cabeza ocupadas y, de paso, o así, apaciguamos temores habituales asociados a cotidianas formas de interacción humana. La vista, el oído y, en suma, nuestra atención se agudizan. La culpa se domestica, pero a regañadientes, no sin pelear por ello. Cuando nos asalta un nuevo clímax, también así lo hace la paz, breve y ámbar, agridulce y áspera. Y seguimos adelante. Hasta la próxima ocasión en la que podamos compartir nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestro endeble sentido de la salud.
—¿Sientes miedo?
—¿Cuándo?
